sábado, 9 de enero de 2010

San Miguel de Allende 1.

La primera vez que visité San Miguel de Allende fue hace 16 años. yo no conocía el lugar pero tenía una novia que estudiaba fotografía y entre los fotógrafos era mítica la prístina luz del pueblo, su arquitectura y su gente, sus imágenes.
Después de eso no volví en mucho tiempo, hasta el año 2005 en que participe en un Congreso sobre patrimonio y turismo que se llevó a cabo en el pueblo. Esta segunda vez quedé encantado por el lugar, sin embargo, en ese tiempo apenas imaginaba la historia de San Miguel  de Allende, cuestión que ahora ha envuelto a mi persona por completo, para mi una inmersión en un espacio es una inmersión en su tiempo, en los espacios urbanos se manifiesta la historia y la creatividad de los hombres manifiesta en huellas, signos, incisiones que es necesario saber leer, no cualquiera reconoce el paso del tiempo impreso en el patrimonio que nos rodea.
El tercer viaje importante a San Miguel tuvo lugar el año pasado, en el mes de febrero. Primero pasé a Guanajuato a dejar a un grupo de estudiantes de intercambio, pasé la noche ahí y por la mañana tomé el autobus a San Miguel esperando encontrar a mi amiga Laura, originaria del pueblo y a quien hace mucho tiempo no veía.
Al llegar a San Miguel logré localizarla vía telefónica, acordamos una hora de encuentro y, entretanto, yo me puse a trabajar. Tenía que localizar los puntos y atracciones que visitaría la próxima semana trabajando como guía para un grupo del Phoenix Art Museum.
Era un día caluroso y soleado, con una luz prístina y un claro firmamento que le daban una fuerza impactante a las formas y colores de las antiguas casas novohispanas y las calles empedradas del pueblo.
Mientras caminaba por la calle de Jesús, me encontré con una de esas hermosas fuentes usadas para abastecer de agua, remojé mis manos y mi rostro, levanté la mirada y en ese instante pasó un pensamiento, me gustaría vivir aquí, y mientras continuaba caminando me dejé llevar por el pensamiento. Por un instante dejé de ver el camino empedrado, absorto en la idea, hasta que una voz me detuvo, ¡Alberto!
Tardé un poco en incorporarme, en reaccionar y ubicar de donde provenía el llamado. En la acera de enfrente, desde una mesa de café, Laura me llamaba y los dos reíamos por el gusto de habernos encontrado antes de la hora. Compartí con ella la idea de vivir en San Miguel, un poco en tono de broma, un poco explorando las posibilidades reales de hacerlo.
Recuerdo constantemente ese momento de poderosa claridad en que sentí la frescura del agua sobre mi rostro, mientras lanzaba mi mirada a lo largo de la calle empedrada y surgió en mi el deseo de vivir en San Miguel.
En ese instante de conciencia pura, donde no medió la razón ni la reflexión, en que solo sentí-pense, establecí un pacto con San Miguel, en ese momento, sin darme cuenta envié una onda de energía, como una piedra lanzada en el agua modificando las formas de ésta.
Asi, como una piedra que cae en el estanque y genera un nuevo patrón de formas y movimiento, fue ese instante de claridad, ese instante de no-intermediación entre mi ser más profundo, más primordial y el universo, el entorno, la circunstancia que rodea al uno, a la mónada que somos cada uno de los hombres. No hubo, por decirlo de algún modo, intermediación dle ego, fue una conexión dentro-fuera llena de energía, el yo sólo fue testigo del acontecimiento, y eso fue suficiente, la no-intermediación del ego para que a partir de ese momento, el deseo comenzará a dar forma a la realidad... pocos meses después me encontraba viviendo en San Miguel de Allende.



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